El escenario de la realidad cubana actual, en especial, el marco íntimo de una familia sitúa sus prioridades dándole especial atención a un asunto en particular: la comida. A partir de la caída del campo socialista y el recrudecimiento del bloqueo, nuestro país ha tenido que enfrentar disimiles obstáculos en el orden económico y social.
El denominado “Período Especial” marcó un antes y un después en la Isla. En este sentido, no son pocos los que recuerdan todas las peripecias que inventaron las mujeres cubanas y que siguen inventando, para llevar el plato a la mesa. Es por eso que la obra teatral
Manteca, del dramaturgo
Alberto Pedro Torriente, llevada a escena recientemente por el grupo Teatro del Sol, adquiere peculiar relevancia. Poner sobre el escenario un conflicto que trasciende el marco familiar y que aún sigue marcando el diarismo de los cubanos es uno de sus tantos méritos para empezar.
Manteca fue escrita en 1993 por Alberto Pedro y llevada a las tablas de la Sala Alternativa del Centro Cultural Bertolt Brecht, poco tiempo después, por Teatro Mío, a cargo de la directora Miriam Lezcano. Cuentan los que la vieron en aquella ocasión que constituyó un verdadero boom del teatro, sobre todo en el contexto de los 90. Hoy el público la disfruta con igual entusiasmo, quizás con una mezcla de altruismo consciente, al ver reflejado las peripecias de tantas familias cubanas.
Manteca no es una obra que habla de la comida, es un diálogo profundo con el contexto de una familia en todas sus dimensiones. “Esta pieza se trata sobre todo del aquí, de nuestras estrategias de supervivencia, de la inolvidable necesidad de criar animales de granja, lo mismo en un apartamento de micro, que en el baño de un solar. Manteca lleva ese sello de cubanía que aún dentro del conflicto familiar nos hace reír”. (1)
El grupo Teatro del sol bajo la dirección de Sarah María Cruz retoma este texto a una década de su creación y con total certeza de llegar nuevamente al público, como un invitado que todos esperaban con alegría. En esta ocasión Renecito de la Cruz interpreta a Celestino, el comunista empedernido que dice frases y consignas gastadas, un hombre que afronta el conflicto de la separación matrimonial y la lejanía de los hijos. Representa el miembro de la familia que tuvo contacto directo con la ex Unión Soviética.
Por otra parte aparece José Ignacio León para interpretar a Pucho, el escritor que intenta reflejar su época en una novela. Durante toda la obra Pucho se mantiene trabajando en su máquina de escribir una obra acerca de su familia, su país, sus anhelos. Es la contrapartida del hermano. Loretta Estévez por su parte interpreta a Dulce, la hermana que sirve como puente de comunicación entre los conflictos y dilemas de Pucho y Celestino, una heroína doméstica que racionaliza el arroz con total valentía, mientras deciden el destino del cerdo a lo largo de toda la obra.
“Un núcleo familiar conformado por tres hermanos: Dulce, Celestino y Pucho que en apariencia solo se tienen a sí mismos, encaran esta situación asediados por la precariedad, con sus frustraciones y anhelos tratando de salir adelante en el marasmo que aqueja a la colectividad, con un recurso insólito en la vida citadina que les impida zozobrar bajo la penuria existente”, señala Gerardo Fulleda León con relación a la obra.
La escenografía caracterizada por la sencillez marcará los límites donde se desenvuelve la acción dramática: la sala comedor de un apartamento en un quinto piso. Los tres hermanos enfrentan el alejamiento social ante el sacrificio de criar a un animal en el baño de la vivienda. Más allá del destino final del cerdo, los personajes enfrentan otros problemas a lo largo del texto. Convivir con el olor nauseabundo, depositar en uno de los tres la responsabilidad de la muerte del animal, por citar algunos.
Mientras estos otros conflictos guían la historia, el autor aprovecha para realizar acertados momentos de intertextualidad, donde pone a dialogar al público con problemas macro. Es así como Pucho rememora fragmentos del libro El Principito cuando este último encuentra el planeta del Rey que ve a todos como súbditos, quizás para cuestionar el método verticalista usado en nuestra sociedad a diferentes escalas.
Recientemente Manteca fue llevada a las tablas en otros escenarios latinoamericanos. Durante 2010 y 2012, el grupo Teatro K producciones, bajo la tutela del director venezolano Morris Merentes, repuso la obraen el teatro nacional de Caracas. Sobre la elección de este texto en particular Merentes explicó las razones en entrevista para la agencia venezolana de noticias (AVN) “Provista de un lenguaje directo y por demás aleccionador, Manteca es también una historia sobre la familia, sobre el día a día, sobre la unión y los lazos afectivos que deben prevalecer pese a la diversidad de pensamiento que puede existir dentro de un mismo núcleo familiar. Tal como dice uno de los personajes: la democracia de la que tanto se habla está dentro de esta familia, donde cada quien puede tener su manera de pensar pero la sangre se respeta”, (2) alegó el director venezolano en torno a la pieza.
Sin duda alguna la obra posee la cualidad, de a pesar de narrar una realidad difícil, lograr transmitir cierta dosis de optimismo. Aunque celebran el 31 de diciembre con un poco de agua y azúcar, los tres hermanos esperan que el nuevo año sea mejor para sus vidas. Manteca “es una pieza riquísima que sin caer en lo ligero, más bien haciendo de lo crudo y cruel algo maleable, nos enfrenta a la disyuntiva de cómo sobrevivir sin perder la esperanza.”(3)
Hasta el día 12 de mayo se presentará en la Sala Adolfo Llauradó Manteca, una oportunidad de lujo para disfrutar del teatro de Alberto Pedro Torriente llevado a escena por Sarah María Cruz y su grupo Teatro del Sol. Tres personajes deciden su destino el último día del año en torno a la vida de un animal, tres cubanos resultados de un momento histórico que hoy todavía deja sus huellas. Una obra de heroísmo, pero también de profunda y crítica reflexión.
Notas
(3)Sosa Díaz, Adriana: Ob. cit.