domingo, 24 de octubre de 2010

Critica (Carlos Rojas)

Buena Manteca Carlos Rojas criticarojas@gmail.com Caracas.- Tenía tiempo sin que un grupo teatral me atrapara, esto me sucedió durante la IX Muestra Internacional de Teatro y Títeres en las Comunidades, hace poco descubrí a una agrupación teatral emergente llamada Teatro K Producciones, bajo la dirección del talentoso joven Morris Merentes. Este colectivo ha seleccionado Manteca del dramaturgo cubano Pedro Alberto Torriente. Obra clave en estilo realista, Torriente transita hacia un teatro vanguardista, con influencias cinematográficas, rupturas temporales, monólogo interior, empleo de lo simbólico y de las acciones simultáneas. A ello se unen su excelente sistema de diálogos, lo poético de su lenguaje y esa maestría para solapar pasado lejano, pasado reciente y presente, y sobre todo, el talento para plasmar personajes intensos, de profundas contradicciones humanas. Esas criaturas atormentadas por el peso de la culpa de sus acciones anteriores que ora exorcizan, ora parecen como fantasmagorías de las que no pueden escapar. Tres hermanos se hayan encerrados en la casa, ahí han acumulado manteca, esperanzas, sueños. Hermosos anhelos pero también odio, frustraciones, envidia, egoísmos y pequeñas crueldades. Esto ocurre en lo personal; el tiempo ha transcurrido y ahora crecidos ven reflejados en los espejos que los rodea la monstruosidad de las acciones cometidas. El dramaturgo añade un contexto signado por la presencia rusa que se ha enseñoreado sobre los principios identitarios de Cuba. Tanto Pucho, Dulce, como el fantasmal Celestino son asediados de nuevo por el bloqueo cubano, lo cual acelera la decisión de los hermanos al final de la pieza. Asesinar una enorme y excesiva cerda. La incorporación al texto principal del fragmento <> de A. Saint Exupéry ha sido realizado con sumo cuidado e inteligente sensibilidad, la belleza de este relato literario se imbrica a la dramaturgia, de modo tal que parece brotar de la misma historia. Indudablemente la dramaturgia espectacular creada al efecto encierra una coherencia y una fluidez que secunda a la riqueza ideotemática del montaje. La composición de la puesta está efectuada con refinamiento conceptual y estilístico. Se destacan los actores, el trazado del movimiento, la riqueza visual del entramado de acciones principales, secundarias y los más viciosos detalles. En especialmente significativa la relación de los personajes con los objetos escénicos. La plasticidad no rebuscada sino auténtica que el director Morris Merentes supo lograr mediante las atmósferas de claroscuros, de hermosas tonalidades y sombras, la paleta del vestuario y de la escenografía, permite el tránsito de una instalación o época a otros. De un clima psicológico bien determinado se mueve a tono diferente de acuerdo con las intensas situaciones emocionales planteadas por el autor. Para eso se apoya en el esplendido diseño de luces. Es un verdadero acierto rodearse de colaboradores de primera línea, algo que no ocurre a menudo. El lenguaje luminoso colabora en la riqueza dramática del montaje con suma eficacia, al igual que la escenografía y el vestuario. En una gama de sutiles y tenues colores. Por otra la banda sonora imprime un entorno musical justo, sin excesos, y permite aún más disfrutar de los valiosos diálogos. El director dota el entramado de precisión, sensibilidad y de contrastes dinámicos diversos, signados por la casi imperceptible gradación. Encarar estos entes psicológicos exige no sólo talento suficiente para el drama, sino también recursos histrionismo al decir, al llenar de significados y hasta los silencios notables, que existen en el discurso verbal; así como los variables estados de ánimo, transmisiones y sobre todo, los retrocesos y avances frecuentes en la acción dramática. Los actores se ven obligados a sumir interpretaciones muy definidas, nada maniqueas, plenas de contradicciones emocionales dentro un conflicto que les permite interrelacionarse en dúos o tríos pero además los hace enfrentar monólogos definitorios para la plasmación de sus personajes. La resignada hermana Dulce a cargo de Varinia Arráiz, joven actriz, logra aquí la difícil dualidad de lo etéreo, la materialización de un rol que surge desde las ignotas regiones de la soledad y se hace viva en el recuerdo de los otros. La intérprete deslinda desde la inteligencia y la fuerza interior sus apariciones, en una más poética, en otra más corpórea. En tanto Ernesto Montero como Pucho, pasional e indefenso en apariencia, en una de sus mejores labores, brega, como abeja en su colmena, sus acciones de una deslumbrante minuciosidad artística, coloreadas por la intensidad del mundo interior que nos revela. Lacónicos gestos, palabras a media voz, susurros entrecortados y grandes explosiones verbales coronan y dan sentido a su sostenida labor. El hermano cobarde Jesús Delgado, de rasgos penosos, por sí mismo dotado de profunda humanidad, muestra matices encontrados, emplea con maestría los subtextos, la intencionalidad de sus diálogos. La tragicidad con que aborda su personaje, lo coloca en un joven actor versátil de estos tiempos, dibuja de manera depurada las transiciones, los exabruptos y los terribles y a la vez dolorosos sufrimientos de su existencia. Un formidable texto unido a una depurada y exigente dirección que consiguió además tres actuaciones muy valiosas hace de Manteca una puesta en escena para recordar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario